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martes, 5 de diciembre de 2023

EL SUEÑO DEL MOTELO

 EL SUEÑO DEL MOTELO

(Cuento)

A pesar del susto y la desesperación que vivió la poblacion adyacente al lugar de los hechos, la planta envasadora de gas no ha sido reubicada y muy por el contrario, continúa operando como si nada hubiese pasado, bajo la  pasividad, benevolencia y complicidad de las autoridades.


Los gatos maullaban ruidosa e incesantemente toda la madrugada, maullaban parecido al llanto de bebés desesperados, abandonados, con una voz enronquecida cansados de tanto llorar; peleaban sobre el techo de la casa y correteaban bullangueros por la vereda. Corriendo en estampida, uno de ellos cayó intempestivamente cobre la cama de Hugo y este despertó asustado y sorprendido de tanto bullicio, poco característico en similares noches, que ponía de cabeza a todo el mundo aquella madrugada.

-¡Puta madre! Cómo mierda la gente cría gatos en la calle que vienen a joderme en el mejor momento de mi sueño- dijo Hugo para sí, limpiándose los ojos soñolientos mientras se disponía a levantarse para matar siquiera un gato, pero volvió a echarse soñoliento y aturdido.

¿Pero cómo es posible que mi sueño haya sido diferente a la pelea de gatos? ¿Qué tiene que ver una pelea de gatos con la cantidad de motelos como piedra que acabo de soñar? ¿Qué tiene que ver la estampida de los gatos con la lentitud con que caminan los motelos? ¿Qué tiene que ver la caída de un gato sobre mi cama con los motelos que no tienen cama y se pasan la vida caminando de un lado a otro, salvo cuando les aprisiona un árbol que cae de viejo o a causa del viento que desata tormentas inimaginables que duran hasta tres días en la selva? Y, por último, ¿Qué tiene que ver el maullido de los gatos con el llanto de los bebés? Entre estas y otras cosas continuaba preguntándose Hugo, acurrucado en silencio sobre su almohada.

-Pero mi abuelo me contó, y mi padre lo tenía por certero, que soñar motelo, siempre es malo, trae atrasos y desgracias; en conclusión, es signo de mal agüero- volvió a conjeturar Hugo, quien entre temeroso y afligido se revolcaba y no podía conciliar el sueño, mucho más que los perros callejeros pasaron raudos persiguiendo quien sabe qué cosa, si a un gato noctambulo o a un fumón que escapaba del ululante patrullero que pasaba por la esquina.

En fin, el sueño de Hugo aún quedaba como una película en su mente y pensaba muchas cosas, mucho más al recordar que en su sueño, la quebrada subió de caudal en pocos minutos y de igual manera bajó el nivel de las aguas, quedando la quebrada casi a secas con la presencia ya no de piedras, sino de motelos por doquier.

Y para el colmo de los colmos, cerrando más los ojos como queriendo retomar el sueño interrumpido, Hugo recordó que al secarse la quebrada, las aguas quedaron anegadas en algunas depresiones del cauce o recodos más adelante, provocando una escasez del líquido elemento y los pajarillos y avecillas del bosque no tuvieron donde tomar una gota de agua; además el sol se ensañaba con la gente que cultivaba sus chacras, quienes se veían casi al borde de la asfixia ante la ausencia del viento y el denso polvo que se levantaba de la tierra como una neblina de madrugada en el río Ucayali.

La ausencia del viento y el polvo, provocó incendios en las chacras recién tumbadas cuando al fragor del sol, la masa de hojarasca, cual papel aluminio o metálico, experimentara una sensación térmica más de lo normal, dando paso al nacimiento de invisibles y algodonescas hilachas de humo pálido que sobresalían entre la hojarasca y zás emergió una diminuta chispa de luz, luego tornóse en una inmensa columna de fuego que pugnaba por alcanzar niveles más altos.

Vencido por el desvelo, Hugo recién pudo conciliar el sueño casi al rayar el día y se quedó dormido, tan dormido que volvió a soñar que estaba en una fiesta de aniversario de su pueblo natal allá por Lamas y los cohetes del castillo reventaban por doquier y las bombardas iluminaban el cielo de la ciudad de los tres pisos, mientras mudando el disfraz de toro hacía correr a la gente con el cohete chispeante entre los cuernos. Así estaba soñando tan feliz cuando repentinamente sintió que le jalaban bruscamente de los brazos y caía de su tarima al suelo, mientras Paolo, su hermano, le gritaba:

-¡Ñaño, ñaño, la casa se quema, levántate, Llamagas va a explotar!

Cuando Hugo salía despavorido de su casa, tres balones de gas caían explotando sobre el techo de calamina y toda la cuadra ya era un infierno bajo un asfixiante humo negro y temerarias llamaradas de fuego que prácticamente alcanzaban las nubes, infestado de gas penetrante que llegaba hasta los pulmones y hacía lagrimear los ojos, mientras la policía acordonaba el lugar ya infestado de curiosos más que socorristas y los bomberos mal equipados delineaban estrategias y luchaban contra las llamas en medio del temor de que en cualquier momento podrían estallar los ductos y cisternas subterráneos y móviles de gas doméstico que existían y envasaban en esa planta.

-Esto sucedió en Pucallpa, un miércoles 15 de setiembre del año 2021, y allí participó su abuelo cuando era voluntario de nuestra Orden-. Así terminó de contarles la historia, Hugo Aureliano, a sus hijos, una noche de las tantas noches universales en el patio de su casa bajo el misterioso titilar de las estrellas de diferentes colores, allá en el caserío Santa Rosa del Shuyal, que fundó luego de dejar su natal Junín Pablo, donde obedeciendo a su espíritu abnegado y solidario fundó una filial de la Luz Rosa Perlada, y entrenaba a sus pupilos en temas de rescate y primeros auxilios interestelares.

sábado, 3 de noviembre de 2012

EL ORIGEN DEL GOBIERNO DE LOS ANIMALES SOBRE LA TIERRA

EL ORIGEN DEL GOBIERNO DE LOS ANIMALES SOBRE LA TIERRA

Por fin había llegado el día del juicio final al mundo shipibo-konibo que poblaba la tierra. Los hombres y mujeres de todas las comarcas estaban frente al todopoderoso Hijo de Dios, el Señor Jesucristo, quien se encontraba con su legión de ángeles celestiales que habían  vencido a las fuerzas del mal en la batalla final. Todos, postrados en señal de reverencia frente al Señor se miraban de reojo, como preguntándose qué va a suceder. Junto a ellos estaban las demás criaturas de diferentes especies de todo el mundo. Los humanos eran los más afligidos; los demás, simplemente, esperaban la decisión de su Señor.
Los humanos estaban contritos y pensativos recordando sus pasado: unos de haber desobedecido a sus padres; otros de no haber creído al predicador cuando les hablaba de la palabra de Dios; muchos por haber abandonado la iglesia y haberse dejado llevar por la tentación de los placeres del mundo; algunos por haber matado, estafado, robado a sus hermanos o vecinos y no faltaron también quienes habían gobernado mal a su pueblo bajo la demagogia, la corrupción, el licor, las drogas, los placeres banales y la prostitución. En fin, no había uno que estuviese feliz y contento con la llegada del Señor, incluso los creyentes se compungían y golpeaban el pecho esperando el perdón divino, ya que de una u otra manera habían fornicado, cometido adulterio o habían hecho mal uso de las ofrendas y diezmos; en el peor de los casos, muchos de ellos no habían socorrido a sus prójimos en momentos de angustia y dolor, por el simple hecho de ser mundanos o no pertenecer a su grupo religioso; así también los lengua largas y chismosos y demás está decir de los políticos demagogos y periodistas difamadores. Es más, quienes se consideraban ateos estaban arrepentidos de no haber creído en la existencia de Dios y su divina obra: La Creación. Pero aun así, todos esperaban, confiados en la misericordia del Hijo de Dios, ser perdonados por algo de bueno que habían hecho en sus vidas.
En esos instantes, el silencio fue roto por el sonido estruendoso y estridente de una trompeta que tocaba el ángel mayor, anunciando el inicio del juicio con la presencia del Señor. Todos levantaron la mirada saliendo de sus ensimismamientos, dirigiendo sus miradas hacia el Señor, pero no pudieron contemplarlo más de lo que dura un segundo, porque el resplandor de su vestido y su corona era más intenso que el refulgente brillo de bari, el sol del mediodía. Todos cerraron sus ojos, a excepción de Marahkora, el jefe ancestral del pueblo Shipibo-Konibo, el único hombre que vivió consagrado al Señor, pues sus actos estaban ceñidos a los mandamientos, vivió desprendido de los bienes materiales y mundanos, viajó por todas las naciones de la Tierra anunciando las bienaventuranzas y las enseñanzas de La Biblia, el libro sagrado; no comía más de lo necesario y ayunaba todas las mañanas del último mes de cada año, con la convicción que así contribuía espiritualmente a aplacar el hambre en el mundo que a cada hora cobraba miles de vidas de niños inocentes en otros continentes.
El ángel mayor terminó de tocar su trompeta y volvió a reinar un silencio  sepulcral, el viento soplaba cada vez más fuerte, la atmosfera se cubría de densas nubes negras,  hilachas de nubes blancas pasaban raudas rosando los árboles; parecía que el cielo iba a llorar, cuando un trueno nunca antes escuchado se dejó oír por espacio de tres minutos acompañado de un fuerte temblor que remeció la tierra abriendo un abismo que los separaba entre el Señor y los seres vivientes. Todos estaban pasmados, estupefactos, atemorizados, casi entrando en pavor; pues tan solo sentir  el remecer prolongado de la tierra abriendo grietas y un descomunal abismo, no era para menos; tanto así, que de inmediato se oyó el toque suave y pausado de una segunda trompeta como preludio al Himno de la Resurrección, entonado por el coro de ángeles, que precedían a la resurrección de los muertos que, en fila india, ascendían del abismo hacia la superficie ordenadamente y se emplazaban delante del Señor. Unos estaban vestidos de túnicas negras y otros de blanco, sin distinción de edad ni sexo. Los que vestían de blanco, que de paso eran poquísimos, eran quienes vivieron en la palabra del Señor y se iban directo a confundirse con la legión de ángeles y los de negro eran quienes junto con los vivos serían castigados por haber vivido en el pecado.
Emplazados todos delante del Señor, escucharon una voz que imponía autoridad y respeto, pero cuyas palabras expresaban esperanza y confianza:
-      La paz y la alegría de los cielos sea para con todas las criaturas de la tierra. La bendición de mi Padre es con todos ustedes y regocíjense quienes vivieron en la fe y la palabra de mi Padre, porque hoy ha llegado el Día de la Justicia Divina, al que ustedes llaman el Juicio Final.
Un rayo estrepitoso y prolongado de arriba hacia abajo, estalló en el firmamento; semejante a las raíces de un árbol o el mapa orográfico de los ríos amazónicos. El mediodía anochecía, bari desapareció, pero el día tenía un gran resplandor que iluminaba la tierra, era la luminiscencia inmaculada del Señor que alumbraba más fuerte que bari. El Señor prosiguió.
-   En este día todas las cosas viejas son hechas nuevas. Una nueva era comienza a partir de hoy. No he venido a juzgar. No he venido a nombrarlos ni llamarlos, porque desde el momento de la concepción sus nombres ya estaban escritos en el libro de la vida, he venido a presenciar quiénes se atreven a cruzar la línea divisoria que es la línea de la vida y el tiempo que conduce a la vida eterna. Son ustedes quienes saben en verdad y a conciencia el fruto de sus obras y acciones. Simplemente, he venido a llevar a mis valientes que escucharon y obedecieron la palabra de mi Padre.
Los animales, presentando su reclamo ante el Hijo de Dios

Los humanos se miraron entre sí y los animales movieron sus rabos y colas y aleteaban sus alas, pero ninguno se atrevía a cruzar la línea de la vida y el tiempo. Sus conciencias les acusaban; esperaban ser llamados, unos para la vida y otros para la muerte, pero hubieran querido escuchar sus nombres y sus destinos. El Señor lo sabía. Y sabía que entre la muchedumbre se encontraba un hombre justo, por lo que Él se levantó de su trono y dirigiendo su vista hacia él, que se encontraba al fondo, el último de la última fila, dijo:
-       Tú, Marahkora ¿Tienes algo que decir?
Todas las miradas se volvieron hacia aquel hombre y recién se acordaron de Marahkora, hijo de Marankiari, guerrero asháninka que se convertía en serpiente para derrotar al enemigo; quien en una noche de luna llena embarazó a Maräme, diosa de las tahuampas y restingas de la selva. Marahkora, jefe ancestral de la nación Shipibo-konibo, era el portador que transmitía el mensaje divino y humilde de la salvación, pero no le habían creído. Marahkora, en actitud reverente, se postró de rodillas en el suelo, levantó la mirada hacia el Señor y dijo suplicante:
-       Gran Señor mío, no soy digno de tu misericordia, porque reconozco que soy pecador, pero en este gran día esperado por la humanidad y las criaturas de diferentes especies, solamente pido perdón por todos nosotros e imploro tu clemencia por las generaciones pasadas y venideras.- Terminó diciendo Marahkora.
-       Marahkora, eres el único hombre justo que alcanzó la gracia de mi Padre, por lo que Él  me envió a llevarte, pero me sorprendes al no querer cruzar la línea de la vida y el tiempo, como también me alegra y llena de regocijo a mi corazón al escucharte pedir clemencia por todas las generaciones pasadas y venideras. -Dijo el Señor e hizo una pausa, cambiando de tono sus palabras, pasando de una suavidad y ternura de voz a un tono exclamativo y de sentencia, casi enfurecido, diciendo: Pueblo perverso e incrédulo  ¿Acaso mi palabra no fue dada a conocer a toda criatura y mi llegada estaba anunciada a través de todos los tiempos? ¡Clemencia tuvo mi Padre desde siempre; ¡se arrepintió del Gran Diluvio Universal, protegió y perdonó al pueblo de Israel, me envió a esta tierra a morir por ustedes para que sus pecados sean perdonados! Sin embargo, ustedes no se arrepintieron, no creyeron en mi Padre y por eso Él me ha enviado nuevamente a la tierra para que su palabra sea cumplida en su integridad. ¡No habrá más clemencia, porque el tiempo ha sido suficiente por los siglos de los siglos y…….!
Un trueno, como si el universo se viniera a pedazos, retumbó nuevamente sobre la tierra y el cielo se abrió, dejaando escuchar una voz:
-       Hijo mío, mi autoridad es sobre ti y sobre toda la Tierra y veo que acatas y cumples mi mandato aún sobre la generosidad de tu corazón; pues igual al tuyo, también se conmovió el mío al escuchar la clemencia de Marahkora, quien pudiendo cruzar la línea de la vida y el tiempo, prefirió quedarse junto a su pueblo y toda su generación por amor y nada más que por amor y por amor. Hijo mío, Marahkora, murió sin morir y eso me recuerda al día de tu sacrificio allá en la cruz, una tarde como esta, cuando me imploraste “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Hijo mío, ten clemencia y escucha a Marahkora.
En ese instante, las puertas del cielo se cerraron lentamente y un himno jamás escuchado por oído humano empezó a sonar lentamente, acompañando al Señor que estaba postrado de rodillas, llorando, mirando al cielo. Era el Himno de la Misericordia, que entonaban los ángeles. La humanidad y las criaturas de diferentes especies también lloraban postradas de rodillas, entristecidas en señal de arrepentimiento. Entonces el Señor, se levantó y dijo:
-       Escuchen generaciones todas, ustedes oyeron la palabra de mi Padre y es en  Marahkora en quien recae el destino de la tierra y la humanidad y las criaturas de diferentes especies. Pues yo solamente seré el portavoz de este acontecimiento ante mi Padre-. El Señor se dirigió a Marahkora y prosiguió- Marahkora, puesto que encontraste clemencia en mí y en mi Padre, que a diferencia de Lot, quien pidió clemencia aun siquiera por un justo y luego abandonó la ciudad de Sodoma, tú no abandonaste a los tuyos y más bien preferiste quedarte con ellos y sufrir las consecuencias del castigo divino por la eternidad. Este acto me conmovió a mí y a mi Padre y por eso, lo que tú digas hoy, quedará escrito en el Libro de la Vida y así se hará. ¡Marahkora, te escuchamos!- Terminó diciendo el Señor.
Marahkora, quien se encontraba postrado de rodillas, besando el suelo, se incorporó lentamente, sintiéndose tan pequeño y diminuto delante del Señor – aunque en ese instante toda la humanidad y las criaturas de diferentes especies veían en él a un gran dios o un héroe que se erigía sobre todos ellos- y habló así:
-       Gran Señor mío, hermano nuestro, no encuentro una manera de agradecerte a ti y a nuestro Padre Celestial, que, solamente tratando de ser fiel a la palabra divina escrita en La Biblia, el libro sagrado. Si he pedido clemencia por mi pueblo, es por que esperaba una oportunidad para su arrepentimiento y hoy veo que de verdad lo están y por eso no me queda más que pedir siquiera un día más de vida para todos los hombres y mujeres, grandes y chicos y las criaturas de diferentes especies. Gracias Señor.- Terminó diciendo el jefe ancestral de los pueblos Shipibo-konibo.
Marahkora, trasmutando después de implorar clemencia.

El Señor, habiendo escuchado las palabras de Marahkora, se puso de pie mirando a la humanidad y las criaturas de diferentes especies, levantó su rostro y sus manos hacia el cielo y dijo:
-       Padre mío, Dios omnipotente, he escuchado la voz de tu siervo Marahkorajakónjoni, quien humildemente pidió siquiera un día más de vida para toda la humanidad y las criaturas de diferentes especies, pedido que le doy por concedido y sea tu voluntad la que extienda los días en la tierra.- Se calló un momento, luego volvió el rostro hacia la muchedumbre con los brazos extendidos y abiertos, cerrándolos luego lentamente y preguntó- ¿Hay algún hombre o mujer, grande o chico o criatura alguna de otra especie que tenga algo que decir? ¡Que hable ahora o calle para siempre!
Todos se miraban entre sí, hombres y mujeres y nadie se atrevió a decir palabra alguna, porque los humanos entendían desde ya que una nueva oportunidad no podría ser rebatida ni desaprovechada. Sin embargo, para sorpresa de ellos, Uchiti, el líder generacional de los perros y animales del bosque, aulló largamente mirando a  los hombres y dirigiéndose al Señor, dijo:
-       Gran Señor, Padre de todas las especies; los animales del bosque y demás criaturas hemos esperado este gran momento, porque desde que apareció el hombre sobre la faz de la tierra, hemos sufrido su persecución primero y, ahora, su indiferencia para quienes aún vivimos. El hombre no se ha contentado con alimentarse de nuestras carnes, sino que ha actuado criminal y despiadadamente realizando matanzas indiscriminadas, como por ejemplo lo que hacen los pescadores de los mares, ríos y cochas que en tiempos de verano o veda arrasan hasta con los peces pequeños y variedades prohibidas, infestando las costas y playas con desperdicios que emanan olores nauseabundos que si no fuera Poinkosko, el gallinazo, y Nahuashian, el shihuango, la contaminación ya habría intoxicado a la humanidad. Gran Señor, los animales del bosque sufrimos igual situación llegando al borde de la extinción y, los que quedamos, nos vemos obligados a refugiarnos allende el bosque, cada vez más lejos y, no siendo suficiente ello, cuando creemos que ya estamos libres de la persecución humana, el hombre perturba la paz y la tranquilidad de nuestro medio ambiente con los ruidos ensordecedores de motosierras, sierras eléctricas, motores peque peque y fuera de borda, camiones, tractores forestales y hasta helicópteros en su despiadado afán mercantilista de talar los bosques que, a cambio de ello, solo dejan destrucción y muerte con una deforestación y erosión descomunales de la flora, la fauna y el suelo. Gran Señor, lo peor de todo esto, los hombres no reforestan ni siquiera el área de donde extraen dichos recursos y mucho menos no siembran árboles en los poblados y otras ciudades. Gran Señor, el colmo de los colmos al que hemos llegado es que nosotros los perros ya no contamos con nuestros árboles donde podamos orinar. Antes, cada uno de nuestros antepasados tenían un árbol único y propio donde orinaban levantando la pierna a la hora que les placía; hoy, muchas veces nos vemos obligados a hacer grandes colas en las calles o en el parque, al pie de un árbol o de un poste de luz para orinar y, si no se imagina mi gran Señor, algunos que tienen prisa, abandonan la fila y orinan directo al suelo, ya no levantando sus piernas, sino abriéndolas, parecido al mear de las hembras, siendo esto objeto de burla en muchas ocasiones. Gran Señor,  si los hombres no cambian de actitud, nosotros corremos el riesgo de perder hasta nuestro árbol genealógico. En este día me atrevo a denunciar a la humanidad por estas atrocidades cometidas hacia la flora y fauna y sea la divinidad celestial que tome cartas en el asunto. Gracias Señor de todos los tiempos.
Uchiti, presentando su denuncia  de las atrocidades del hombre

Uchiti, terminó de hablar aclamado por todos los animales de la tierra que le daban muestras de aprecio y respaldo. El Señor, conocedor de los problemas que asolaban a la Tierra y sus habitantes, se levantó nuevamente de su trono y pronunció lo siguiente:
-   Todo aquel que tenga ojos y oídos que vea, oiga y anuncie a las generaciones venideras que, en castigo por estas atrocidades cometidas por el hombre contra la flora y fauna, impongo que, de hoy en adelante, los animales gobernarán el mundo y los humanos serán sus súbditos hasta el fin de los días. Primero gobernarán los búfalos, después los cunchis, luego los otorongos, seguido de los loros y las víboras y hasta las gallinas, aunque sea convertidas en juane; a no decir de los demás. -y dirigiéndose al perro prosiguió- Y tú, Uchiti, líder generacional de los perros y los animales del bosque, podrás poner gobernantes, pero no gobernarás jamás, serás el fiscalizador eterno de tu pueblo. Y  tú, Marahkora, un día volverás a gobernar cuando retornes del destierro convertido en bahua, el loro, para que seas el interlocutor y mensajero de tu pueblo ante mi Padre; para ese tiempo la tierra volverá a florecer en plenitud, poblada de bosques y árboles, donde cada uno de los perros tengan un árbol donde orinar como machos.
El cielo se abrió nuevamente y la voz del Padre, Dios Todopoderoso, ordenó la ascensión del Señor y su legión de ángeles, anunciando que su próxima venida puede ser mañana o cualquiera de los próximos días por delante. A partir de aquel día, la nación Shipibo-Konibo, nación bendecida en el mundo, espera la llegada de su Señor, mientras tanto, cada día de su vida observa el fiel cumplimiento de aquella sentencia, viendo la sucesión de sus gobernantes según el orden impuesto, acatando sus leyes y mandamientos; incluso en otras latitudes gobiernan águilas, osos, leones,  zorros y hasta las ratas.
FIN
Uchiti, contemplando el mundo desde aquel dia, esperando el proximo juicio final.