CHIQUITO RECIBIÓ SU
CHIQUITA
- Ronderos casi revientan a Ribenton.
Simplemente
es su apelativo o apodo, paradójicamente todo lo contrario a su estatura, pero
así lo conocen todos. Hombre corpulento de regular estatura, casi parecido al “Chacarero”
del Km 5, de Pucallpa, esa estatua gigante que mandó construir una alcaldesa de
Coronel Portillo, dizqué en homenaje a los agricultores de la selva, hombres de
la chacra o que viven en la chacra, su tierra de cultivo.
Con
ese apelativo se hizo famoso y un día llegó a ser regidor en su distrito y
posteriormente alcalde. Como regidor fue aguerrido “fiscalizador” de la gestión
municipal y no aguantaba pulgas -desde luego que una pulga no puede con un gigantón-,
tanto así que le hacía la vida imposible al mandamás edil y así se hizo famoso,
obteniendo popularidad en su distrito hasta que llegó a ocupar el mismo cargo.
Ni
bien llegó a ser elegido alcalde y como todo desleal a su familia, se deshizo
de su mujer y empezó sigilosamente a cortejear a una susodicha que, en público,
y haciendo gala de su máxima investidura municipal, pidió la mano de su “víctima”
y se casó como en un cuento de hadas. El problema fue que este chiquito no
invitó a su matrimonio a todas las chismosas, eh, perdón, digo las hadas, de Campo Verde y lo peor que se olvidó de la
más maléfica y ella le juró vengarse, diciendo:
- Con
la misma fama que fuiste elegido, pues con ella te castigaré el ultimo año de
tu mandato. No lo haré yo, si no la misma gente que recibe tu apoyo te hará
sentir el dolor del látigo y el sabor amargo de la decepción y la frustración al
que tú mismo caminas, olvidado tus promesas de campaña, cuando todo era color
de rosa.
Y
así fue, tan enamorado vivía aquel chiquitín que se olvidó del agua para su
gente que sólo tomaba agua enchocolatada, puro barro; que, si no existiera “El
chorro”, del barrio Santa Isabel, la gente hubiese muerto de sed aquellos
tiempos. Se olvidó de arreglar los caminos vecinales y velar por una buena
construcción del asfaltado de Yerbas Buenas, que a la larga la hierba se convirtió
en un té amargo para los agricultores de la zona. Se olvidó de los parques y
jardines con calles bombardeadas carentes de veredas, pues los niños
campoverdinos no tienen por donde caminar y corren el riesgo de que los motocarros
ya los van a apretar. Se olvidó del recojo de basura, del mejoramiento del
mercado municipal y la reubicación de los ambulantes. Se olvidó de los mártires
del 9 de febrero, cuyo parque en vez de mejorarlo para el público lo mandó
cerrar como si fuese la cancha sintética privada del profesor Margarito y, lo peor,
de construir un terminal terrestre que donde hoy se ubican los paraderos, más
parece el paso de las Termópilas, donde los transeúntes parecen espartanos lidiando
con los veloces autos interprovinciales, los gigantescos omnibuses de pasajeros
a Lima y los temibles camiones que no conocen reglas sino su velocidad y peso
que arrasa con todo igual que las cisternas de combustible y gas licuado de petróleo.
Para el remate de males, este “Chiquito” quedó chiquito frente a la conducción administrativa
municipal que se olvidó de los profesionales jóvenes campoverdinos que en su
reemplazo trajo a los paisanos de las hienas de un distrito ribereño, que hasta
hoy hacen y deshacen con el magro presupuesto, que ante cualquier pedido o gestión
que hacen las autoridades y dirigentes, simplemente saben decir “No hay plata”.
Entonces,
la maléfica hada, cansada del olvido de este “Chiquito” hacia su gente, levantó
su varita mágica esparciendo destellos por todos los caseríos y los dirigió hacia
los ojos de los ronderos diciéndoles:
- Ya no se hagan las cojinovas, aunque ese chiquito les da
pequeñeces. Es hora de que ustedes se agiganten y denle una zurra a ese gigante
que se hace llamar “Chiquito”.
Fue
así como movidos por un resorte, los ronderos se autoconvocaron con el pretexto
de la rendición de cuentas que hasta de eso se olvidó este chiquito. El día
indicado llegaron los ronderos -y algunos vecinos sapolios a ver qué pasa- y
tras un tiempo prudencial de espera, al que no quería bajar el gigante
chiquito, como describe Lope de Vega en Fuente ovejuna “todos a una” le
cercaron al gran “Chiquito” para darle su merecido.
El
gigante chiquito parecía un angelito en medio de lobos. Su carita triste, noble
e inocente, despertaba sentimientos encontrados, sublimes hasta angelicales que,
en ese instante, quizá todos, incluido el jefe de los ronderos y un ex
candidato que alguna vez casi durmieron juntos y exhibían sugestivas postales,
hubiesen querido perdonarle como un padre a un hijo querido como diciendo:
- Esta
vez te perdono y la siguiente te doy el doble que te iba a dar hoy.
Pero
no podían dar marcha atrás, tampoco aplicarle más pencazos para no herir las
suaves nalguitas del chiquito, por lo tanto, no se dejaron engañar por esa carita
de “yo no fui” y determinaron “castigarle con tres “latigazos” que más
parecieron besitos. El primero fue con toda la furia de los dioses, con toda la
fuerza de los agricultores y ronderos, con toda la rabia y frustración que
ahogaba a los hombres y mujeres de Campo Verde; representó el coraje y bravura contenidos
durante casi cuatro años de engaño y rechazo a los dirigentes y líderes
sociales, representó a aquellos “potros de bárbaros Atilas; o los heraldos
negros que nos manda la Muerte”. Sí eso fue, con todo el vendaval de las
torrenciales lluvias que desbordan el río Aguaytía y las quebradas del Neshuya,
Jordán, Tunuya, Agua Blanca, Mojaral, San Pablo, Cashibo cubriendo con grandes
extensiones de agua las vías vecinales que luego se tornan barreales y ni
caminar se puede, mucho menos transportar la yuca, el plátano, el arroz, el maíz,
el cacao, la palma aceitera. Este primer golpe de látigo, le penetró hasta los
tuétanos al gran “Chiquito”, le hizo saltar las lágrimas que, para disimular,
las contuvo en su garganta que casi le ahogan, pero por amor propio sacó
fuerzas desde lo más profundo de su ser para que no borbotasen; le hizo
recordar a su madre y pensar en los dolores que ella experimentó cuando le
trajo al mundo; le hizo recordar sus momentos de gloria, como aquel momento en
que a su novia -luego de dejar a su mujer- le pidió la mano de rodillas diciéndole:
- Te amo ¿quieres casarte conmigo?
- Yo
soy de La Merced de Neshuya, ni nombre es Fernando Luperdi Dávila, presidente
de la Ronda Campesina. Señores, nosotros en nuestro pueblo rechazamos a aquellas
personas lacras, así lo voy a decir, esa clase de elementos se corrige así
señores, no se va a permitir esa clase de actos, porque esta clase de actos se
van a ir prostituyendo cada día más y si nosotros no corregimos…
Sí,
esa voz que todo el mundo también recordará para siempre, la de Fernando
Luperdi Dávila, el que con un solo latigazo hizo ver estrellas y el infierno y
casi le revientan a Ribenton Sánchez Rengifo, el gran “Chiquito”, recordándole
que Los Heraldo negros, del poeta triste, sí existen:
“Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante
ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos
quema.
Y el hombre… Pobre… ¡pobre! Vuelve los ojos,
como
cuando por sobre el hombro nos llama una
palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!”.
El
gran “Chiquito” ahora lo sabe perfectamente.
El
segundo látigo fue de una gran dama, pequeña, humilde, como que proviene de un
lugar donde viven ángeles, pero de coraje y que, aun habiéndole dado con toda
su fuerza, el chiquito ni se inmutó. El tercer látigo, fue un engaña muchacho.
Pero
como no todo es como se quisiera, la hada Maléfica, también fue traicionada por
los ronderos, pues estos en vez de darle una zurra -que fue su deseo y su orden-
simplemente le dieron su “chiquita”, es decir sólo tres latiguitos, que para el
“Chiquito” fue un regalito.
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