jueves, 18 de septiembre de 2014

LLUVIA SOLEDAD

LLUVIA SOLEDAD

La soledad es mi compañera
y la lluvia es mi consuelo,
que aviva el recuerdo
de tu cabellera, en el filamento de las gotas,
de tu voz, en el rumor de las gotas,
de tus manos, en las caricias de las gotas,
de tus besos, en el sabor de las gotas.

La soledad es mi compañera
y la lluvia es mi consuelo,
que aviva el recuerdo
de tu presencia, en el terciopelo blanco de las gotas,
de tu amor, en las gotas sobre las flores,
de tu sensualidad, en el baile de  las gotas tempestuosas,.

La soledad es mi compañera
y la lluvia es mi consuelo,
que aviva el triste recuerdo
de haberte perdido, sin despedirnos,
de habernos despedido, por diferentes caminos
de haber caminado, por nuestros cuerpos,
en complicidad de la lluvia que hoy me consuela,
con la soledad, mi inseparable compañera.

viernes, 12 de septiembre de 2014

EL JEFE VICTORIOSO Y LA COMUNIDAD LABORIOSA

EL JEFE VICTORIOSO Y LA COMUNIDAD LABORIOSA
(Cuento)

Había una vez un Jefe victorioso y una comunidad laboriosa. El Jefe nació en la comunidad, pero muchos años había vivido fuera de ella. Un día le llamaron a combatir. La comunidad organizó a los soldados y construyó barricadas, sólo le pedían que dirija la batalla, pero él no quiso y se marchó. La comunidad eligió a un guerrero para dirigir la batalla, sin embargo, enterado del hecho, el Jefe regresó, mató al guerrero y se puso al frente. Ganó tres batallas, pero en cada una de ellas la victoria se hacía más difícil; pues había desgano en los soldados y descontento en la gente, porque el Jefe se aprovechaba de las victorias: Sólo para él, su mujer y sus hijos eran los banquetes y los lujos; para la comunidad eran las sobras, además de maltratos. Un día, la comunidad, cansada de esas actitudes, le dio la espalda y los enemigos aprovecharon este suceso: la comunidad cayó en manos de los enemigos y el Jefe huyó.

Cuando la comunidad se organizó buscando un nuevo líder, llegó otra vez el Jefe y les dijo que tenía suficiente experiencia y por tanto debía comandar las huestes guerreras; la comunidad le dijo que no, que ya tienen un nuevo líder, un nuevo conductor. Entonces, el Jefe herido en su amor propio, en su orgullo, les dijo “ustedes no son nada sin mí, quédense, yo voy a formar mi propio ejército y me enfrentaré a ustedes para que sepan que yo soy el único poderoso y nadie podrá vencerme. Ustedes serán mis esclavos”.
Sobreponiéndose al temor y la inexperiencia, la comunidad eligió a un nuevo líder, un guerrero para enfrentar la batalla que se veía venir. El nuevo líder era un joven guerrero que vivía alejado de la comunidad, cerca de los bosques, junto a una quebrada que nacía de una inmensa laguna. Una noche se adentró solo a la montaña, pidió fuerzas a los Apus de los bosques y las tahuampas, pidió sabiduría a la naturaleza, pidió habilidad y destreza a sus ancestros, dietó siete días y siete noches y luego retornó a la comunidad, poniéndose al frente de su ejército: muchos de ellos eran novatos en las artes de la guerra, pero fuertes en espíritu. El día de la batalla contra el ejército enemigo, vieron cumplida la palabra del anterior jefe que venía al frente, a pelear contra aquellos que en otros tiempos había protegido y conducido en la batalla. El ejército de la  comunidad, tembló de miedo viendo a su ex jefe, que se hacía llamar “El milenario”,  quien venía con un ejército más numeroso y mejor pertrechados con armas y alimentos; a diferencia de ellos, los de la comunidad, que eran hombres harapientos, hambrientos y sin experiencia militar.

La batalla fue un choque descomunal: Era como aquella historia bíblica de David y Goliat. Los de la comunidad conducidos por su joven guerrero a la cabeza, con armas caseras y los del ejercito enemigo encabezados por sus ex Jefe con armas modernas; pero el ejército enemigo no contaba con el factor sorpresa que empleó el ejército de la comunidad, el terreno. El terreno era fangoso, la caballería, no podía avanzar, se atollaban y quedaban rezagados de la infantería, resultando presa fácil de los francotiradores de la comunidad; es más, la infantería enemiga poco a poco iba diezmándose por el cansancio, empapados de agua y lodo del terreno fangoso que les impedía avanzar con facilidad, moralmente no eran fuertes, todos eran mercenarios, mientras los soldados de la comunidad tenían como objetivo defender sus territorio, sus familias, sus vidas y más que eso, sus libertad y estaban bien posesionados en una colina que terminaba en un barranco, junto al río. En esa situación, el ejército de la comunidad, abrió la represa de la laguna grande, cuyas aguas desbordaron la quebrada inundando el lugar de la batalla, arrasando con todo: la caballería, los soldados enemigos  y a su Jefe.

Como el Jefe, había pertenecido a la comunidad, fue salvado por un anciano. Al día siguiente, fue presentado ante la comunidad que pedía el máximo castigo para el traidor: la horca. Pero el Jefe se arrodilló gimiendo, implorando mil perdones. La comunidad generosa le perdonó la vida y como castigo le condenó a trasladar solo todos los horcones de quinilla y las vigas de las cosas, bosque adentro, donde se levantaba un pueblo nuevo, porque la fuerza de las aguas de la represa se había llevado las casas que estaban cerca al lugar de la batalla, además que el Apu Paru, año a año, iba minando las orillas del puerto de la comunidad.

Dicen que hoy, esta historia podría repetirse en una comunidad, aguas abajo del río Ucayali, cuyo jefe está rezando mil padres nuestros a San Juan,  a San Kudo y todos los santos y mil rosarios a la Virgen Purísima.