EL JEFE
VICTORIOSO Y LA COMUNIDAD LABORIOSA
(Cuento)
Había una vez un Jefe victorioso
y una comunidad laboriosa. El Jefe nació en la comunidad, pero muchos años
había vivido fuera de ella. Un día le llamaron a combatir. La comunidad
organizó a los soldados y construyó barricadas, sólo le pedían que dirija la
batalla, pero él no quiso y se marchó. La comunidad eligió a un guerrero para
dirigir la batalla, sin embargo, enterado del hecho, el Jefe regresó, mató al
guerrero y se puso al frente. Ganó tres batallas, pero en cada una de ellas la
victoria se hacía más difícil; pues había desgano en los soldados y descontento
en la gente, porque el Jefe se aprovechaba de las victorias: Sólo para él, su
mujer y sus hijos eran los banquetes y los lujos; para la comunidad eran las
sobras, además de maltratos. Un día, la comunidad, cansada de esas actitudes,
le dio la espalda y los enemigos aprovecharon este suceso: la comunidad cayó en
manos de los enemigos y el Jefe huyó.
Cuando la comunidad se organizó
buscando un nuevo líder, llegó otra vez el Jefe y les dijo que tenía suficiente
experiencia y por tanto debía comandar las huestes guerreras; la comunidad le
dijo que no, que ya tienen un nuevo líder, un nuevo conductor. Entonces, el
Jefe herido en su amor propio, en su orgullo, les dijo “ustedes no son nada sin
mí, quédense, yo voy a formar mi propio ejército y me enfrentaré a ustedes para
que sepan que yo soy el único poderoso y nadie podrá vencerme. Ustedes serán
mis esclavos”.
Sobreponiéndose al temor y la
inexperiencia, la comunidad eligió a un nuevo líder, un guerrero para enfrentar
la batalla que se veía venir. El nuevo líder era un joven guerrero que vivía
alejado de la comunidad, cerca de los bosques, junto a una quebrada que nacía
de una inmensa laguna. Una noche se adentró solo a la montaña, pidió fuerzas a
los Apus de los bosques y las tahuampas, pidió sabiduría a la naturaleza, pidió
habilidad y destreza a sus ancestros, dietó siete días y siete noches y luego
retornó a la comunidad, poniéndose al frente de su ejército: muchos de ellos
eran novatos en las artes de la guerra, pero fuertes en espíritu. El día de la
batalla contra el ejército enemigo, vieron cumplida la palabra del anterior jefe
que venía al frente, a pelear contra aquellos que en otros tiempos había
protegido y conducido en la batalla. El ejército de la comunidad, tembló de miedo viendo a su ex
jefe, que se hacía llamar “El milenario”,
quien venía con un ejército más numeroso y mejor pertrechados con armas
y alimentos; a diferencia de ellos, los de la comunidad, que eran hombres
harapientos, hambrientos y sin experiencia militar.
La batalla fue un choque
descomunal: Era como aquella historia bíblica de David y Goliat. Los de la
comunidad conducidos por su joven guerrero a la cabeza, con armas caseras y los
del ejercito enemigo encabezados por sus ex Jefe con armas modernas; pero el
ejército enemigo no contaba con el factor sorpresa que empleó el ejército de la
comunidad, el terreno. El terreno era fangoso, la caballería, no podía avanzar,
se atollaban y quedaban rezagados de la infantería, resultando presa fácil de
los francotiradores de la comunidad; es más, la infantería enemiga poco a poco
iba diezmándose por el cansancio, empapados de agua y lodo del terreno fangoso
que les impedía avanzar con facilidad, moralmente no eran fuertes, todos eran
mercenarios, mientras los soldados de la comunidad tenían como objetivo
defender sus territorio, sus familias, sus vidas y más que eso, sus libertad y
estaban bien posesionados en una colina que terminaba en un barranco, junto al
río. En esa situación, el ejército de la comunidad, abrió la represa de la
laguna grande, cuyas aguas desbordaron la quebrada inundando el lugar de la
batalla, arrasando con todo: la caballería, los soldados enemigos y a su Jefe.
Como el Jefe, había pertenecido a
la comunidad, fue salvado por un anciano. Al día siguiente, fue presentado ante
la comunidad que pedía el máximo castigo para el traidor: la horca. Pero el
Jefe se arrodilló gimiendo, implorando mil perdones. La comunidad generosa le
perdonó la vida y como castigo le condenó a trasladar solo todos los horcones
de quinilla y las vigas de las cosas, bosque adentro, donde se levantaba un
pueblo nuevo, porque la fuerza de las aguas de la represa se había llevado las
casas que estaban cerca al lugar de la batalla, además que el Apu Paru, año a
año, iba minando las orillas del puerto de la comunidad.
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