EL SUEÑO DEL MOTELO
(Cuento)
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A pesar del susto y la desesperación que vivió la poblacion adyacente al lugar de los hechos, la planta envasadora de gas no ha sido reubicada y muy por el contrario, continúa operando como si nada hubiese pasado, bajo la pasividad, benevolencia y complicidad de las autoridades.
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Los gatos maullaban ruidosa e
incesantemente toda la madrugada, maullaban parecido al llanto de bebés
desesperados, abandonados, con una voz enronquecida cansados de tanto llorar;
peleaban sobre el techo de la casa y correteaban bullangueros por la vereda.
Corriendo en estampida, uno de ellos cayó intempestivamente cobre la cama de
Hugo y este despertó asustado y sorprendido de tanto bullicio, poco
característico en similares noches, que ponía de cabeza a todo el mundo aquella
madrugada.
-¡Puta madre! Cómo mierda la
gente cría gatos en la calle que vienen a joderme en el mejor momento de mi
sueño- dijo Hugo para sí, limpiándose los ojos soñolientos mientras se disponía
a levantarse para matar siquiera un gato, pero volvió a echarse soñoliento y
aturdido.
¿Pero cómo es posible que mi
sueño haya sido diferente a la pelea de gatos? ¿Qué tiene que ver una pelea de
gatos con la cantidad de motelos como piedra que acabo de soñar? ¿Qué tiene que
ver la estampida de los gatos con la lentitud con que caminan los motelos? ¿Qué
tiene que ver la caída de un gato sobre mi cama con los motelos que no tienen
cama y se pasan la vida caminando de un lado a otro, salvo cuando les aprisiona
un árbol que cae de viejo o a causa del viento que desata tormentas
inimaginables que duran hasta tres días en la selva? Y, por último, ¿Qué tiene
que ver el maullido de los gatos con el llanto de los bebés? Entre estas y
otras cosas continuaba preguntándose Hugo, acurrucado en silencio sobre su
almohada.
-Pero mi abuelo me contó, y mi
padre lo tenía por certero, que soñar motelo, siempre es malo, trae atrasos y
desgracias; en conclusión, es signo de mal agüero- volvió a conjeturar Hugo,
quien entre temeroso y afligido se revolcaba y no podía conciliar el sueño,
mucho más que los perros callejeros pasaron raudos persiguiendo quien sabe qué
cosa, si a un gato noctambulo o a un fumón que escapaba del ululante patrullero
que pasaba por la esquina.
En fin, el sueño de Hugo aún
quedaba como una película en su mente y pensaba muchas cosas, mucho más al
recordar que en su sueño, la quebrada subió de caudal en pocos minutos y de
igual manera bajó el nivel de las aguas, quedando la quebrada casi a secas con
la presencia ya no de piedras, sino de motelos por doquier.
Y para el colmo de los colmos,
cerrando más los ojos como queriendo retomar el sueño interrumpido, Hugo
recordó que al secarse la quebrada, las aguas quedaron anegadas en algunas
depresiones del cauce o recodos más adelante, provocando una escasez del líquido
elemento y los pajarillos y avecillas del bosque no tuvieron donde tomar una
gota de agua; además el sol se ensañaba con la gente que cultivaba sus chacras,
quienes se veían casi al borde de la asfixia ante la ausencia del viento y el
denso polvo que se levantaba de la tierra como una neblina de madrugada en el
río Ucayali.
La ausencia del viento y el
polvo, provocó incendios en las chacras recién tumbadas cuando al fragor del
sol, la masa de hojarasca, cual papel aluminio o metálico, experimentara una
sensación térmica más de lo normal, dando paso al nacimiento de invisibles y
algodonescas hilachas de humo pálido que sobresalían entre la hojarasca y zás
emergió una diminuta chispa de luz, luego tornóse en una inmensa columna de
fuego que pugnaba por alcanzar niveles más altos.
Vencido por el desvelo, Hugo
recién pudo conciliar el sueño casi al rayar el día y se quedó dormido, tan
dormido que volvió a soñar que estaba en una fiesta de aniversario de su pueblo
natal allá por Lamas y los cohetes del castillo reventaban por doquier y las
bombardas iluminaban el cielo de la ciudad de los tres pisos, mientras mudando
el disfraz de toro hacía correr a la gente con el cohete chispeante entre los
cuernos. Así estaba soñando tan feliz cuando repentinamente sintió que le
jalaban bruscamente de los brazos y caía de su tarima al suelo, mientras Paolo,
su hermano, le gritaba:
-¡Ñaño, ñaño, la casa se
quema, levántate, Llamagas va a explotar!
Cuando Hugo salía despavorido
de su casa, tres balones de gas caían explotando sobre el techo de calamina y
toda la cuadra ya era un infierno bajo un asfixiante humo negro y temerarias
llamaradas de fuego que prácticamente alcanzaban las nubes, infestado de gas
penetrante que llegaba hasta los pulmones y hacía lagrimear los ojos, mientras
la policía acordonaba el lugar ya infestado de curiosos más que socorristas y
los bomberos mal equipados delineaban estrategias y luchaban contra las llamas
en medio del temor de que en cualquier momento podrían estallar los ductos y
cisternas subterráneos y móviles de gas doméstico que existían y envasaban en esa
planta.
-Esto sucedió en Pucallpa, un
miércoles 15 de setiembre del año 2021, y allí participó su abuelo cuando era
voluntario de nuestra Orden-. Así terminó de contarles la historia, Hugo
Aureliano, a sus hijos, una noche de las tantas noches universales en el patio
de su casa bajo el misterioso titilar de las estrellas de diferentes colores,
allá en el caserío Santa Rosa del Shuyal, que fundó luego de dejar su natal Junín
Pablo, donde obedeciendo a su espíritu abnegado y solidario fundó una filial de
la Luz Rosa Perlada, y entrenaba a sus pupilos en temas de rescate y primeros
auxilios interestelares.