Hoy es el más sabio:
MI PADRE ERA EL HOMBRE MÁS FUERTE DE LA TIERRA
Cargaba
un saco de yuca con cabeza, de esos de polietileno que tenían tres rayas con
letras escritas “SUGAR RICE”.
Cargaba
un saco de arroz en chala, de esos que eran de yute y tenían dos rayas azules,
sino de polietileno del tamaño de un niño y bien taqueadito.
Cargaba
un saco de maíz trillado, de esos que eran de polietileno al igual que los
sacos de arroz.
También
cargaba dos sacos de aguaje, de esos que eran saco y medio cada uno del tamaño
comercial.
Igualmente
cargaba dos sacos de ungurahui, de esos que cada saco daba hasta cinco latas.
Y
todos esos productos los traía de su chacra de la quebrada Cashibo, cinco kilómetros
al fondo del caserío San José, en el Km 26 CFB, pero el aguaje y el ungurahui,
los traía de más al fondo, casi una distancia similar. Pero para llegar a la
carretera afirmada, tenía que cruzar el bajeal de las quebradas de Cashibo y
Mishkiyaku, que era un trecho de casi un kilómetro de distancia, con su carga vence
vence, sobre su espalda, con su huato o pretina y muchas veces tenía que “churampear”,
es decir, transportar varios sacos de trecho en trecho indistintamente hasta su
destino.
Pues
eran aquellos años mozos posteriores a su juventud, en plena adultez, cuando llegó
a vivir a aquel lugar y junto con él, también sacaban sus productos don Fausto
Guerra, más conocido como “Cholo Guerra” y sus hijos Paco Guerra, la Chepa y Solano;
don Carlos Vásquez y su morena doña Melita, que sacaban en manada con doña
Rosita Meldrana, José y la Mashka; Don Decio Meléndez, más conocido como “Joven
Decio”; Segundo Murayari; Ángel Meléndez, hijo, conocido como “Angelillo”, el
cantante de “Los Montañeses”. Y en algún tiempo y esporádicamente don Vicente
Flores con doña Chepa, don Octavio Dávila y sus hijos Octavillo y Moíco; don
César Santillán que salía desde El Porvenir, Los Pacayas: Ramón, Juaneco. Todos
ellos eran ungurahueros y aguajeros todo el tiempo. En tiempo de invierno, de
enero a marzo, eran arroceros y maiceros.
En
los tiempos de la cosecha, destacaban Octavio Isuiza, más conocido como “Octavio
tu pie” que cosechaba más de 130 kilos de arroz en gavilla al día, igualmente
su mamá doña Rosita, que cogía entre 100 kilos. Los Chujutallis: Edwin, Jorge,
Julio, que le hacían competencia a Octavio tu pie. Manuel Valles “Supitero”, no
se quedaba atrás junto con Denver, hijo de doña Rosita, y don Victor Monteluisa.
Todos ellos eran requeridos por los que tenían sus sembríos de arroz, como don
Edmundo Meléndez, que hacía más de 10 hectáreas, su papá don Ángel Meléndez,
casi de igual tamaño, también don Marcelino Rodríguez y mi padre en menor
cantidad. Los cosecheros iban a la chacra a las cuatro de la madrugada y
amanecían cosechando y a la hora del desayuno, algunos ya tenían hasta más de un
saco de arroz o amontonados en las quirumas o árboles caídos para que cayera el
rocío o agua de la noche y les secara un poco el sol, aunque otros así de
mojado lo metían a sus costales para que pesara más y tuvieran mas kilaje,
porque les pagaban por kilos. Los primeros tiempos, le hicieron el cuento a mi
padre, quien después, les hacía vaciar el costal y ver si estaba húmedo y les
descontaba entre 5 kilos según el caso. Pero como los “cosecheros” eran muy
vivos, muchas veces mojaban los manojos de gavillas cuando estas estaban
resecas, sea por el sol o por la excesiva madurez; de igual manera, para que aumentara
el kilaje, muchos cosechadores cogían la gavilla de arroz con su hueso o espiga
de cerca de veinte centímetros, que lo normal era de diez centímetros, lo suficiente
para poder cogerlos o sostenerlos con la mano; demás está decir, que también lo
ensacaban con algo de hojas sean de arroz o de otras plantas que crecían junto
a ellas. Pero así era la cosecha.
Recuerdo
una vez, que mi padre me contó que la primera vez que hizo su arrozal y el
primer día de la cosecha, él madrugó a su chacra para esperar a los “cosecheros”.
Salió de su casa de San José y se dirigió al fondo, hasta Cashibo, donde, para
avanzar, cogió su lata y su costal y se fue directo al arrozal y estuvo cogiendo
y cogiendo, ya llenaba su costal y no amanecía ni llegaba ningún “cosechero”,
hasta que más un rato recién oyó voces y gritos de personas que se acercaban y
ellos se sorprendieron al encontrar a mi padre casi con un costal lleno de
arroz y le dijeron: Don Justo, talvez aquí has dormido. Y les respondió
diciendo que ha madrugado, pero no ve cuando amanece y les preguntó la hora y
le dijeron que va a ser las cinco de la mañana. Pucha oy, entonces yo he venido
a medianoche, la Luna me engañó, me desperté y me vine para acá creyendo que ya
está amaneciendo, dijo. Y se rieron todos.
Mi
padre era el hombre más fuerte de la tierra, aquellos tiempos no sentía
dolores, hoy todo le duele; pero sus recuerdos viven en su mente y revive
dichos recuerdos que le dan más fuerza y sus ojos brillan con más lucidez y su
sonrisa nos inspira fe y confianza, cuando nos cuenta con mucho entusiasmo las anécdotas
de la ungurahueada, de la aguajeada, de la chonteada, de la arroceada, de la
maiceada, de la yuqueada y mucho más de la chapaneada y las mingas con masato
en San José y el Abujao.
Mi
padre era el hombre más fuerte de la tierra, hoy es el más sabio ¡Feliz Día del Padre, padre mío!