jueves, 30 de diciembre de 2010

UCAYALINA

UCAYALINA



Desde Ucayali,
ecológicamente
para un mundo de amor.

Tu cabellera, como la agreste altura del Manto de la Novia,
en el Boquerón del Padre Abad.

Tu frente, como el rojiazul ocaso,
en el oropel horizonte del estirón de Tres Islas.

Tus sienes, como las esmeraldas paredes,
de los desfiladeros del Canchahuaya frente a Orellana.

Tus cejas, como las agudas miradas al acecho,
de legendaria águila de los cañones pétreos del Huallaga.

Tus pestañas, como las plateadas hojas,
de helechos darwinescos de La Divisoria.

Tus ojos, como los electrizantes relámpagos de tormenta,
en la penumbra de los días invernales del Aguaytía.

Tus pómulos, como los inmensos bancales de arena,
de los ríos veraniegos del majestuoso Ucayali.

Tus mejillas, como las multicolores mariposas,
en aroma de lacustres flores del Pacaya-Samiria.

Tu nariz, como la milenaria erupción volcánica,
de una amazonía en formación en el Cushabatay.

Tu boca, como la madura fruta silvestre,
del genealógico árbol prohibido de Von Humboldt.

Tus labios, como el exquisito manjar de miel,
de los ecológicos panales de Campo Verde.

Tu lengua, como las desafiantes y peligrosas cashueras,
en los torrentosos ríos del Tambo y Urubamba.

Tus dientes, como los ebúrneos guardianes del cántico
de nuestros antepasados cocamas, shipibos y asháninkas.

Tu rostro, como el claro cielo estival,
en las alturas del Abujao, Utuquinía y Callería.

Tu cuello, como la catarata del deseo,
que provoca tu amor al pie del Canuja.

Tus hombros, como los escarpados relieves de tu orgullo,
sobre las cumbres de la Sierra del Divisor allá por Contamana.

Tu pecho, como el ubérrimo suelo
en la eterna tierra prometida de las montañas de El Sira.

Tus senos, como los picachos bajo la luna de pasión,
en las noches viajeras del Amaquiría.

Tus brazos, como los serpenteantes ríos y quebradas,
de divina montaña que evoca el vals loretano,

Tus manos, como los susurrantes vientos de las madrugadas,
de las Pampas del Sacramento.

Tu vientre, como las restingas y renacales de temibles aguas,
en las zacaritas del Sapuena y Bahuanisho.

Tu pubis, como el éxtasis encantado del lago celestial,
en la isla del Amor de Yarinacocha.

Tus muslos, como los encarnados ébanos tallados por manos maestras
en la bifurcación geográfica del Marañón y el Amazonas.

Tus piernas, como las esbeltas capironas ribereñas,
que pueblan las orillas e islas del Yahuarango.

Tus pies, como los mensajeros vientos,
de vida tramontana en las alturas del Oventeni.

Tu voz, como la extasiante canción de sirena enamorada,
que cautiva a los yacurunas pescadores del Apu Paru.

Tu cuerpo, como el perfil de tu beldad,
que se ondula imponente cual paradisiaca palmera de la Cordillera Azul.

Tu corazón, como el rosal de la floreciente vegetación
que simboliza a las mujeres de la selva del May Ushin.

Tu mente, como la fervorosa idea
que gesta los Pucallpazos.

Tú,
Ucayalinamente tú.

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