Hombre de alturas profundas,
de la selva adentro.
Hombre de los pedregales encañados y
enmarañadas montañas.
Hombre de las playas de verano,
de los riberos barrancos de invierno.
Hombre de los bajeales y restingas
que velas las crecientes de febrero y marzo.
Hombre de alturas profundas,
de maderas y de hojas,
de maderas y de hojas,
de fibras y de raíces,
espíritu de agua y piel de tierra.
Tú, que naciste en aquellos buenos tiempos,
cuando el relámpago,
de las noches de febrero te despertaba
y te ibas a arrear tu madera.
Tú, que naciste cuando el trueno
de las tardes de julio,
anunciaba la subida
de charapas, taricayas y cupisos.
Tú, que naciste cuando el sol de agosto
secaba las chacras recién tumbadas,
y la lluvia de setiembre
remojaba los sembríos y los caimitos florecían…
Tú, que creciste en la abundancia,
trabajando el caucho, la shiringa, la balata y la madera;
dueño y rey de los animales del monte y
de los peces de las cochas y quebradas.
Tú, que cultivaste
y produjiste la bendita tierra
fuiste ungurahuero, aguajero y chontero;
yuquero, arrocero y maicero.
Tú, que estuviste en la sagrada y espléndida selva,
en medio de toda la paz, solaz y paciencia del mundo.
¿Es esta vida, tu vida?
¡Despierta!
Pues como tú, hay miles, unamos nuestros brazos,
hagamos una cadena, levantémonos con nuestra propia fuerza,
conquistemos nuestro ideal y nuestra esperanza
¡Aún es tiempo!
Iniciemos la larga jornada de unir a nuestros hermanos,
vayamos por las chacras y las playas,
por las cochas y tipishcas;
por los montes, caminos y carreteras.
Vayamos a las ciudades, levantémonos todos
para nacer en tiempos nuevos, en una Patria nueva,
donde haya lluvia, haya sol, haya paz,
y seamos dueños de las ubérrimas tierras de alturas infinitas.