LA FOGATA DE SAN JUAN, UN AÑO DESPUÉS
Aquella tarde no comieron, solo habían comido un frugal desayuno entre panes con palta y gaseosa con leche que les había sobrado de la noche anterior. Por la mañana, ella se fue al colegio, pues tenía el departir de juanes con sus alumnos por las festividades de San Juan, donde por aulas llevaban sus preparativos y así también participar en el concurso del mejor juane, y él se quedó a terminar un proyecto que debía presentar a la municipalidad con suma urgencia, porque de ello dependía el mes siguiente para una ocupación laboral que él sabía hacer.
Por la noche, luego de compartir un juane que le
regaló una madre de familia, ambos se dirigieron a la plaza principal del
pueblo, donde desde tempranas horas habían estado decorando el lugar y
adecuando el estrado principal con motivo de amenizar la fiesta patronal de San
Juan, cuya programación incluía la elección de Miss San Juan y la Fogata
tradicional.
Después de la elección de Miss San Juan, se inició la
fiesta y paralela a ella también la quema de la fogata, que ya estaba armada en
el centro de la plaza, al cual echaban gasolina para encenderla y que prendió
poco a poco luego de una explosión tras la chispa de fosforo que la tiraron.
Alimentaban la fogata, trozos medianos de leña dura que estaban apilados perpendicularmente
en forma de una pequeña pirámide que ya empezaba a arder, cuyas primeras
lenguas de fuego ondeaban amarillezcas y rojas, resplandeciendo con el
contraste de la alegre noche de la fiesta patronal.
Autoridades y vecinos empezaron a danzar alrededor de la fogata al compás de aquella canción de moda, Corta Venas, de Yarita Lizeth, que por esos días batía sintonía en
las principales radioemisoras, llenaba los salones de baile, sensibilizaba los
tiernos corazones enamorados y hacía llorar de amargura y tristeza a cuantos
parroquianos en los bares y centros nocturnos:
“Si tú te vas amor, me corto las venaaas
si tú me dejas amor, prefiero morirmeee.
Tanto tiempo hemos vivido
todo el tiempo te he amado
y ahora me quieres dejar,
dime en qué he fallado
si nada te ha faltado,
dime, dime por quééé
quieres marcharte”.
La fogata ardía cada
vez más y sus abrazadoras llamas se reflejaban en los rostros de las parejas
que alegres bailaban en la plaza, haciéndoles sudar, provocándoles esa sed que
sólo era apagada con un refrescante vaso de cerveza San Juan que ya corría de
mano en mano de quienes contentos disfrutaban el momento olvidándose
momentáneamente de sus preocupaciones, pues lo que importaba era pasar el
momento y ya mañana se las arreglarían.
La leña seca combustionaba más al paso del viento que agitaba las llamas, cuyas chispas de fuego saltaban cual cohetecillos o luz de bengala que encienden los niños para navidad, mientras la plaza era un ir y venir de la gente por aquí y por allá, unos tratando de encontrar un lugar donde ubicarse para quedarse a bailar, otros tratando de encontrar a sus amigos o vecinos con quienes pactaron estar allí para bailar hasta el amanecer. Por otro lado, las mises elegidas bailaban con su pares y jóvenes estudiantes del colegio, mientras por otros lados, otros conversaban amenamente retando el estruendo de la música que sonaba estridentemente, cuando en esos momentos el gentío salió de su instantáneo letargo al sonar los compases de la tradicional canción, San Juan 75, de la desaparecida orquesta musical “Juaneco y su combo”, quienes se desbordaron y en masa sacaron sus parejas para bailar aquella esperada canción:
“Vamos todos a la fiesta, a la fiesta patronal,
bailemos con Juaneco este ritmo tropical,
vamos todos a la playa, esta fiesta a celebrar,
a comer los ricos juanes con su cerveza San Juan”.
Ella era la más animosa y no dejaba descansar ni un instante a su pareja, quien también le seguía la corriente y le gustaba bailar, aunque descompasadamente, sin gusto como se diría, pero se movía; tanto así que sin saber el nombre de la música bailaba alegremente sin imaginarse que horas más tarde sería el acabose de ambos y tiempos después recién se enteraría cómo se llamaba:
“Lloraré por ti,
sufriré por ti,
pero voy a olvidarte”.
Era nada más y nada
menos que Mis cuernos, de la cantante Yarita Lizeth, pero como la música era
pegajosa, lo que importaba era el ritmo y no tanto las letras, salvo el
estribillo que él bailaba y saltaba como si fuese un danzak o un aprendiz de danzante
de tijeras, alrededor de la fogata de San Juan, que ardía en su máxima expresión.
Pues, era la fiesta de San Juan y todo
era alegría por doquier, hasta que llegó una llovizna, cuando la fogata se
desvanecía, y muchos tuvieron que buscar refugio. Como ellos vivían cerca,
optaron por regresar y dormir la madrugada.
Esa madrugada, sería recordada por él, años después, como la última batalla campal o como la masacre en el barrio chino, como decía ella; porque ambos se entregaron a las fauces de una noche de sexo sin límites ni contemplaciones, en la cual hablar estaba prohibido y sólo era permitido actuar sin denuedo hasta ambos quedar extenuados y dormidos entre los albores del nuevo día que despertaba en la penumbra del último amanecer de ambos.
El día transcurrió como cualquiera de los días, era sábado, desayunaron unos juanes que llegaron a entregarle a ella por la mañanita y también almorzaron lo mismo, tras descansar tranquilamente pasando una tarde amena entre los dos. Por la noche, ella se aprestó a hacer sus sesiones de aprendizaje y él a acompañarla, ayudándole con algunas manualidades que le pedía y luego se dispuso a jugar ajedrez en línea, como haciendo hora, esperándole a que termine sus quehaceres.
En un determinado momento, la internet desapareció y él le pidió que le compartiera la suya. Pídeme con manera, le dijo ella y él se quedó callado. Si me pides con manera, con cariño, te voy a dar, si no, no; le volvió a recordar ella. Luego de un rato él dijo, está bien, quédate con tu internet. Ya pues, y qué hay, es mío, si quiero te doy y si no quiero no; además ya estoy cansada de ti, mejor lárgate. Si quieres quédate, pero ya no te voy a hacer caso. Dijo finalmente ella.
Esas últimas palabras hirieron el amor propio de él y lo único que hizo fue acatar aquella disposición tras meditarlo por largo rato, recordando los primeros días vividos con ella y sus juramentos de amor hasta la muerte que esa noche caía sobre él como un manto fantasmal con el negro color de la oscuridad del cielo que hasta a las estrellas engullía.
Desde algún lugar cercano, la brisa del viento llegó transportando las notas de la canción Dime tú, de la cantante Amaranta, que llegaba como un himno de despedida de ambos, porque un nuevo día juntos desaparecía increíblemente como un sueño, como desaparecían las llamas de la fogata de la noche de San Juan, ahogando el sueño de amor, que un día soñaron juntos.
“Hoy decidí alejarme de tu lado,
estoy segura que jamás podré olvidarte,
dime, dime si algún día yo podría olvidarte,
dime tú, si algún día yo podría ser feliz…
Si algún día yo te dije que te amaba, me arrepiento,
si algún día yo te dije que te amaba, hoy no recuerdo…
Voy a pedirte que no vuelvas a buscarme”.