lunes, 24 de junio de 2024

LA FOGATA DE SAN JUAN, UN AÑO DESPUÉS

 

LA FOGATA DE SAN JUAN, UN AÑO DESPUÉS

Aquella tarde no comieron, solo habían comido un frugal desayuno entre panes con palta y gaseosa con leche que les había sobrado de la noche anterior. Por la mañana, ella se fue al colegio, pues tenía el departir de juanes con sus alumnos por las festividades de San Juan, donde por aulas llevaban sus preparativos y así también participar en el concurso del mejor juane, y él se quedó a terminar un proyecto que debía presentar a la municipalidad con suma urgencia, porque de ello dependía el mes siguiente para una ocupación laboral que él sabía hacer.

Por la noche, luego de compartir un juane que le regaló una madre de familia, ambos se dirigieron a la plaza principal del pueblo, donde desde tempranas horas habían estado decorando el lugar y adecuando el estrado principal con motivo de amenizar la fiesta patronal de San Juan, cuya programación incluía la elección de Miss San Juan y la Fogata tradicional.

Después de la elección de Miss San Juan, se inició la fiesta y paralela a ella también la quema de la fogata, que ya estaba armada en el centro de la plaza, al cual echaban gasolina para encenderla y que prendió poco a poco luego de una explosión tras la chispa de fosforo que la tiraron. Alimentaban la fogata, trozos medianos de leña dura que estaban apilados perpendicularmente en forma de una pequeña pirámide que ya empezaba a arder, cuyas primeras lenguas de fuego ondeaban amarillezcas y rojas, resplandeciendo con el contraste de la alegre noche de la fiesta patronal.

Autoridades y vecinos empezaron a danzar alrededor de la fogata al compás de aquella canción de moda, Corta Venas, de Yarita Lizeth, que por esos días batía sintonía en las principales radioemisoras, llenaba los salones de baile, sensibilizaba los tiernos corazones enamorados y hacía llorar de amargura y tristeza a cuantos parroquianos en los bares y centros nocturnos:

“Si tú te vas amor, me corto las venaaas

si tú me dejas amor, prefiero morirmeee.

Tanto tiempo hemos vivido

todo el tiempo te he amado

y ahora me quieres dejar,

dime en qué he fallado

si nada te ha faltado,

dime, dime por quééé

quieres marcharte”. 

La fogata ardía cada vez más y sus abrazadoras llamas se reflejaban en los rostros de las parejas que alegres bailaban en la plaza, haciéndoles sudar, provocándoles esa sed que sólo era apagada con un refrescante vaso de cerveza San Juan que ya corría de mano en mano de quienes contentos disfrutaban el momento olvidándose momentáneamente de sus preocupaciones, pues lo que importaba era pasar el momento y ya mañana se las arreglarían.

La leña seca combustionaba más al paso del viento que agitaba las llamas, cuyas chispas de fuego saltaban cual cohetecillos o luz de bengala que encienden los niños para navidad, mientras la plaza era un ir y venir de la gente por aquí y por allá, unos tratando de encontrar un lugar donde ubicarse para quedarse a bailar, otros tratando de encontrar a sus amigos o vecinos con quienes pactaron estar allí para bailar hasta el amanecer. Por otro lado, las mises elegidas bailaban con su pares y jóvenes estudiantes del colegio, mientras por otros lados, otros conversaban amenamente retando el estruendo de la música que sonaba estridentemente, cuando en esos momentos el gentío salió de su instantáneo letargo al sonar los compases de la tradicional canción, San Juan 75, de la desaparecida orquesta musical “Juaneco y su combo”, quienes se desbordaron y en masa sacaron sus parejas para bailar aquella esperada canción: 

“Vamos todos a la fiesta, a la fiesta patronal,

bailemos con Juaneco este ritmo tropical,

vamos todos a la playa, esta fiesta a celebrar,

 a comer los ricos juanes con su cerveza San Juan”. 

Ella era la más animosa y no dejaba descansar ni un instante a su pareja, quien también le seguía la corriente y le gustaba bailar, aunque descompasadamente, sin gusto como se diría, pero se movía; tanto así que sin saber el nombre de la música bailaba alegremente sin imaginarse que horas más tarde sería el acabose de ambos y tiempos después recién se enteraría cómo se llamaba: 

“Lloraré por ti,

sufriré por ti,

pero voy a olvidarte”. 

Era nada más y nada menos que Mis cuernos, de la cantante Yarita Lizeth, pero como la música era pegajosa, lo que importaba era el ritmo y no tanto las letras, salvo el estribillo que él bailaba y saltaba como si fuese un danzak o un aprendiz de danzante de tijeras, alrededor de la fogata de San Juan, que ardía en su máxima expresión.  Pues, era la fiesta de San Juan y todo era alegría por doquier, hasta que llegó una llovizna, cuando la fogata se desvanecía, y muchos tuvieron que buscar refugio. Como ellos vivían cerca, optaron por regresar y dormir la madrugada. 

Esa madrugada, sería recordada por él, años después, como la última batalla campal o como la masacre en el barrio chino, como decía ella; porque ambos se entregaron a las fauces de una noche de sexo sin límites ni contemplaciones, en la cual hablar estaba prohibido y sólo era permitido actuar sin denuedo hasta ambos quedar extenuados y dormidos entre los albores del nuevo día que despertaba en la penumbra del último amanecer de ambos. 

El día transcurrió como cualquiera de los días, era sábado, desayunaron unos juanes que llegaron a entregarle a ella por la mañanita y también almorzaron lo mismo, tras descansar tranquilamente pasando una tarde amena entre los dos. Por la noche, ella se aprestó a hacer sus sesiones de aprendizaje y él a acompañarla, ayudándole con algunas manualidades que le pedía y luego se dispuso a jugar ajedrez en línea, como haciendo hora, esperándole a que termine sus quehaceres. 

En un determinado momento, la internet desapareció y él le pidió que le compartiera la suya. Pídeme con manera, le dijo ella y él se quedó callado. Si me pides con manera, con cariño, te voy a dar, si no, no; le volvió a recordar ella. Luego de un rato él dijo, está bien, quédate con tu internet. Ya pues, y qué hay, es mío, si quiero te doy y si no quiero no; además ya estoy cansada de ti, mejor lárgate. Si quieres quédate, pero ya no te voy a hacer caso. Dijo finalmente ella. 

Esas últimas palabras hirieron el amor propio de él y lo único que hizo fue acatar aquella disposición tras meditarlo por largo rato, recordando los primeros días vividos con ella y sus juramentos de amor hasta la muerte que esa noche caía sobre él como un manto fantasmal con el negro color de la oscuridad del cielo que hasta a las estrellas engullía. 

Desde algún lugar cercano, la brisa del viento llegó transportando las notas de la canción Dime tú, de la cantante Amaranta, que llegaba como un himno de despedida de ambos, porque un nuevo día juntos desaparecía increíblemente como un sueño, como desaparecían las llamas de la fogata de la noche de San Juan, ahogando el sueño de amor, que un día soñaron juntos. 

“Hoy decidí alejarme de tu lado,

estoy segura que jamás podré olvidarte,

dime, dime si algún día yo podría olvidarte,

dime tú, si algún día yo podría ser feliz…

 

Si algún día yo te dije que te amaba, me arrepiento,

si algún día yo te dije que te amaba, hoy no recuerdo…

Voy a pedirte que no vuelvas a buscarme”.

domingo, 23 de junio de 2024

TU PRESENCIA

 

TU PRESENCIA

A Haydee,

Poesía de amor.

Sin ti,

mi vida es triste,

gris y mustia.

 

Tu presencia todo lo cambia,

lo vuelve multicolor, florido

y la vida vuelve a vivir.

miércoles, 19 de junio de 2024

LA PLAYA DEL PUERTO DE PUCALLPA

 

LA PLAYA DEL PUERTO DE PUCALLPA

Encontrar la playa extendiéndose hasta más de medio río, fue impresionante, a diferencia del año pasado que la tierra sedimentada de playa sólo tenía un margen de aproximadamente treinta metros hacia el cauce del río principal; donde se cortaba verticalmente en un barranco de arena de unos tres metros de altura, por donde descendía la gente al puerto improvisado en una serie de graderías a lo largo de la orilla, que amenazaban con desmoronarse, peligrando con resbalarse y caer hacia las aguas del río Ucayali.




Desde la vereda de la plaza del Reloj Público, se observa un hermoso paisaje en un ángulo de 180°, abarcando desde el curso río arriba hasta donde se pierde el curso del río aguas abajo en el horizonte que el perfil del bosque es una línea negra que se une a las nubes en la distancia. En este amplio panorama, puedo distinguir una columna de densas nubes hacia el Sur Este, del cual se desprende un blanco tul de lluvia cayendo hacia algún lugar de la zona del río Pachitea. Girando unos grados hacia la izquierda, en el mismo cielo, un cúmulo de nubes negras como por arte de magia, similar a un telón de color plomizo, cae hacia el perfil del bosque de ceticos y cañabravas de la isla, frente al puerto, denotando también la caída de otra lluvia allende la lejanía, por algún sector del Abujao y el Tamaya. Hacia el Utuquinía y Contamana, por el Norte, un cielo azul con jaspes de nubes blanquecinas y rayos de sol que se filtran débilmente, le da un toque de diferencia y ese color que rompe la monotonía del paisaje.




Bajando un poco la vista en la misma dirección, destacan las amarillas grúas del puerto privado del grupo Romero y, junto a ella, una variopinta de barcazas y embarcaciones de carga y pasajeros diminutos a la distancia, pero de diferente tamaño, según sus dimensiones. Acercando más la vista y girando un poco hacia la izquierda, una fila de árboles sobre un murete pintado de ondas de azul y blanco simulando el rio y el cielo se extiende por el filo de la orilla natural del río Ucayali, es decir el barranco que fue muchos años atrás, en los primero días de la naciente Pucallpa; esta fila de árboles se va agrandando conforme el iris se acerca al rabillo del ojo y éste a la vez choca literalmente con la torre del Reloj Público que sube hasta tocar el cielo donde a la vez se pierde entre las borrascas de nubes que el atardecer va despidiéndose entre un celaje que se confunde con las alas de la noche que se acerca implacable.



Desde mi ubicación, la nostalgia toca mi corazón con mil recuerdos y mi vista nuevamente otea el Sur, hacia el espejo de aguas del río que resplandece entre las luces del atardecer y el reverbero de las agitadas aguas que sobresalen en la cresta de las olas que bajan arrastrando restos de hojas secas que el viento levanta de las chacras que labran los agricultores preparando el terreno para los maizales, sandiales y hortalizas que sembraron con la vaciante del río, en las playas y restingas. Ver los botes, unos llegando al improvisado y tradicional puerto de Pucallpa y otros zarpando río arriba a un destino no conocido, sensibiliza los sentimientos evocando mis tiempos nautinos, cuando viajaba al Abujao, a Masisea, a Iparía, en mis tiempos juveniles.



Mirando el paisaje ribereño de la ciudad o evocando tiempos idos, me incita a bajar de la vereda del Reloj Público y me encamino hacia la playa que hace de puerto y en un acto de sorpresa me veo como si estuviese en medio río en aquellos tiempos de invierno, ¡Qué increíble! Viéndome como que sí estaría flotando en las bravas aguas del majestuoso Ucayali, sujeto sobre algún trozo o resto de árbol, o como también a punto de ahogarme en la inmensidad de las temibles aguas bravas salpicando por doquier, arrastrándome a las fauces de alguna barcaza o chata para devorarme, cuya proa brama espumeante con el estallido de las aguas que bajan veloces y retadoras sin importar sus destino, sino discurriendo cual hoja al viento, sin rumbo, en la amplitud del sinuoso río, mudo testigo del atardecer que muere en la nada de un día cualquiera que sucumbe con la llegada de la noche que lo va cubriendo todo. Más de la nada, despierto de mi ensimismamiento cuando mis pasos me llevan hacia una zanja, cual riachuelo u hondonada de las cordilleras, por donde corren las aguas servidas de la ciudad  atravezada ppor pedazos de palos redondos que hacen de endebles puentecillos por donde pasan apurados estibadores y vendedores ambulantes, exponiendo su integridad física por no dar la vuelta por tierra firme. A lo largo del riachuelo, que riega el suelo adyacente, observo que crecen verdes y frescas diversas hierbecillas, entre ellos las de hojas redondas, parecidas al aguaymanto, y la cortadera, a las que me inclino y toco suavemente con mis manos como queriendo compenetrarme con la naturaleza inusual que surge en esta temporada, para sentir la textura áspera de sus hojas, cuyos bordes se muestran filudas, que en el campo tierra adentro son más lozanas y fuertes y cortan la piel desprotegida de quienes la atraviesan, sean apurados o desprevenidos. Al tocar aquellas hojas aciculares y ovadas, me recuerda a aquellas manos que cierta vez tomé entre las mías, cuando tiernamente ella me las sujetaba, o cuando cierta vez las cosas salieron de control por algún motivo que hasta hoy me duele en el alma. Pero así es la vida, como las hojas, áspera y lisa.



Despertando de esta evocación de sentimientos y recuerdos, abandono el puerto y asciendo las graderías de una improvisada escalinata que da hacia la plazoleta del Reloj Público, al cual me acerco y miro su imponente torre que en otros tiempos era señuelo de los viajeros, que la distinguían de lejos, seas aguas arriba o aguas abajo del río Ucayali, cuando Pucallpa era una ciudad pequeña, pasando por delante de ella internándome en las bullangueras calles, perdiéndome en la ciudad donde la inspiración muere frente a pasos aligerados entre el gentío de ambulantes, comerciantes invadiendo las veredas y un tráfico de los mil diablos entre motocarros y microbuses disputándose los últimos pasajeros, que retornan presurosos a sus casas, allá en los asentamientos humanos e invasiones diseminados en la vasta metrópoli pucallpina, antes que sea más tarde y eviten ser víctimas de los marcas y la inseguridad ciudadana que campea impune e inmune en las narices de policías y funcionarios de seguridad ciudadana.